domingo, 24 de agosto de 2008


LOS EMPRESARIOS ENGAÑAN AL TAIMADO PIRATA AVERY

POCAS LEYENDAS hay en el mar como la del taimado Henry Avery, honra y prez de la piratería, sobre quien el cronista capitán Charles Johnson atestigua que se lo tuvo por elevado a la dignidad de Rey, consorte de la hija del Gran Mogul, pillador de riquezas incontables, constructor de fortalezas y almirante de una escuadra tan poderosa que el Consejo Real dudó entre crear una equiparable para combatirlo, o invitarlo a Inglaterra a disfrutar de su tesoro para evitar que cortara el comercio entre Europa y las Indias Orientales.

ANTES DE LA PAZ DE RYSWICK concertada entre Francia y España en 1697, los emprendedores franceses de Martinica administraban un lucrativo contrabando con los peruanos. Los españoles, cuya decadente marina no podía contenerlos, contrataron en 1693 con mercaderes de Bristol los servicios de dos barcos ingleses de 30 cañones cada uno para exterminarlos. En uno de ellos, el “Duke”, se alista Avery como primer oficial, y no tarda en proponer a la tripulación alzarse con la nave para piratear por cuenta propia.

APROVECHANDO la consuetudinaria borrachera del capitán Gibson, el taimado Avery junto con los amotinados cierra los enjaretados, leva anclas sigilosamente y despierta al beodo con la noticia de que la nave tiene nuevo capitán, y la tentadora oferta de dejarlo desembarcar en un bote con seis marinos que ven con desconfianza su nueva profesión. Desembarazado del borrachín, sin conseguir ninguna presa Avery navega hasta Madagascar, en cuya costa Noroeste ocupa dos balandros cuyos tripulantes, a su vez piratas escapados de América, huyen hacia las espesuras creyéndolo enviado de la Corona mandado a capturarlos.

AL ENTERARSE de que forman parte de la misma fraternidad, se alían entusiasmados y zarpan hacia la costa de Arabia, donde cerca de la desembocadura del Indus avistan un gran navío que al ser cañoneado iza la bandera del Gran Mogul. Avery iza su propia bandera: negra, con tibias cruzadas y la calavera de perfil.

EL ATREVIDO AVERY permanece irresoluto, pero los maniobrables balandros abordan el gran navío, a bordo del cual se rinde una tripulación que transporta hacia la Meca mahometanos de la corte del Gran Mogul acompañados, según Johnson, de “esclavos y asistentes, ricas vestimentas y joyas, vasijas de oro y plata, grandes sumas de dinero”, y de una muchacha de la cual se decía que era hija del Gran Mogul.
TRAS DESVALIJAR minuciosamente la nave, dejan el casco a la deriva. Las noticias alteran al Gran Mogul, quien amenaza expulsar con una flota a los ingleses de la Costa Índica. La Compañía Inglesa de las Indias Orientales se alarma y promete capturar a los ladrones. Mientras tanto, el taimado Avery conferencia con los capitanes de los balandros que tomaron la presa, quienes proponen construir un fuerte en Madagascar para proteger el botín. Avery los convence de que confíen todo el tesoro a la nave bajo su mando, para evitar la pérdida en caso de que uno de los pequeños bajeles naufragara. Los cofrades parecen tan faltos de escrúpulos como de malicia: al amanecer se enteran de que la nave del taimado Avery ha zarpado de nuevo sigilosamente hasta perderse de vista con su botín, reeditando la indecorosa conducta de Henry Morgan en Panamá contra sus compañeros de pillaje.

TALES HAZAÑAS hacen las aguas de Madagascar y del Océano Índico poco seguras para el taimado Avery y sus congéneres, de manera que fijan rumbo al Caribe y anclan en Providencia, donde resuelven dirigirse hacia Nueva Inglaterra para cambiar de identidades y gastar provechosamente el botín. Siendo el “Duke” nave de gran tamaño que suscitaría averiguaciones incómodas, el taimado Avery se hace pasar por corsario legítimo sin éxito, la vende y compra un balandro, con el cual se hace a la vela hacia Boston, de donde zarpa hacia Inglaterra, pues prudentemente había escondido para sí una gran porción de oro y diamantes del botín, que de ser vendidas en América le hubieran valido el arresto bajo sospecha de piratería.



ARRIBADOS AL NORTE DE IRLANDA, los forajidos se deshacen del balandro y se desbandan. El precavido Avery teme todavía comerciar con sus diamantes, por lo cual se cambia de nombre, pasa a Inglaterra y en Biddiford conferencia con dudosos amigos que le recomiendan poner su tesoro en manos de comerciantes ricos sobre cuyos bienes no se hacen averiguaciones incómodas. Si es admirable la credulidad del pirata que confía en piratas, todavía más asombrosa es la del pirata que confía en empresarios. Quizá el navegante espera que éstos harán real la desmesurada leyenda que ya circula sobre sus hazañas. Los hombres de empresa toman diamantes y oro a cambio de conmovedores juramentos y un mísero anticipo en dinero, y desaparecen como se desvaneció el “Duke” de la desembocadura del Indus antes del amanecer.

REDUCIDO A LA MENDICIDAD, Avery viaja trabajosamente a Irlanda, pero más fácil le es arrancar un botín legendario al Gran Mogul que una moneda a los honrados empresarios. En Irlanda embarca pagando su pasaje con su trabajo como marino hasta Plymouth, se arrastra a pie hasta Diddiford, enferma y muere sin que nadie le compre un ataúd.

EL MINUCIOSO JOHNSON atestigua que sobre la fantaseada fortuna de Avery se estrena una pieza teatral, The Successful Pyrate, que en sus tiempos embelesa a un público tan crédulo como los piratas que creen en cofrades piratas y el capitán pirata que creyó en empresarios.