sábado, 2 de abril de 2016

COLOR DE HORMIGA

Luis Britto García 


   En el país cualquiera aparecen los bachacos y se llevan la comida de los abastos, la medicina de las farmacias, la gasolina de las bombas.
  Quienes se quedan sin gasolina sin medicinas sin comida comentan que éstas reaparecen en mercados negros o en el exterior a diez veces el precio original  mientras los bachacos siguen llevándose comida, medicinas, gasolina.
   Se inician investigaciones profundas para localizar a los bachacos que están por todos lados llevándose para quién sabe dónde  productos que nadie volverá a ver quién sabe cuándo.
    El alto comando superior político de lo politiquísimo se reúne para comunicar a las masas lo negativo de la acción de los bachacos pero en cuanto comienzan las disertaciones los bachacos arrasan con  altavoces,  tarimas,  afiches,  pancartas, votantes.

   La autoridad de la seguridad declara mano dura acción sin contemplaciones pero antes de decir caiga quien caiga ya ha caído al suelo por acción de los bachacos que cargan con  cartucheras  botas municiones  revolveras  fucas patrullas.
   La autoridad superiorísima convoca cadena nacional para informar cuán desagradable es que los bachacos desaparezcan desde  papel higiénico hasta el Acta de la Independencia pero no bien ha comenzado lo único que sale en  pantalla son bachacos que se llevan  cámaras,  decorados, antenas.
   El Estado mayor de la comandancia comandante desarrolla un plan coordinado para comentar a la población los efectos negativos de la plaga de bachacos pero en cuanto inicia la ofensiva ya se llevan los bachacos armas municiones unidades bagajes  y pertrechos para venderlos al enemigo.
    Se reúnen los Poderes Poderosos para ponerse de acuerdo sobre lo nocivo de los bachacos pero en plena deliberación éstos se llevan  estandartes, industrias básicas, reliquias de próceres, servicios públicos,  curules,  banda presidencial, recursos naturales.
    Arremeten los patriotas que quedan a la voz de “La Planta Insolente del Bachaco ha Profanado  el Sagrado Suelo  de la Patria” pero las fronteras son borradas por hordas de bachacos que acarrean para quién sabe dónde los restos de la Patria.
   En pleno sarao de  opositores que celebran la destrucción del país irrumpen  bachacos y se llevan  cajas fuertes,  joyeros, almacenes con productos acaparados, delicados cuerpos de oligarcas.
   Donde hubo país sólo queda un abismo con bachacos que se devoran unos a otros o se venden a  traficantes de personas con destino a revendedores de órganos.


(TEXTO/FOTOS. LUIS BRITTO)


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domingo, 27 de marzo de 2016

EN QUÉ CREEMOS

Luis Britto GarcíA


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Somos aquello en lo que creemos. Creemos en una compleja amalgama de mitos aborígenes,  africanos  y europeos en apretado sincretismo. El centenar de etnias que antes de la Conquista poblaba lo que ahora es Venezuela profesaba muy diversas religiones, cada una con su mito creacional y su panteón de divinidades propias. Todas eran politeístas, animistas, tendientes a explicar fenómenos naturales como los cambios del  clima o la enfermedad mediante causas sobrenaturales. Todas compendiaban sus creencias en la narrativa del mito, la cual comprendía a su vez la cosmogonía, la historia, la ética, la ciencia, el derecho y la estética de cada comunidad.  A partir de la Conquista, el aparato ideológico de la Iglesia Católica inició una catequesis que desterró formalmente las creencias de los indígenas reducidos, las cuales persistieron mimetizadas bajo personajes o ritos de la religión oficial. Igualmente, la Iglesia prohibió las religiones de los esclavos africanos, y éstas debieron persistir con el disfraz de prácticas cristianas o sincretizadas.
2
    Según el Censo de 2011, confiesa ser cristiana el 88,3% del total de la población; el 71% del total de ésta se define específicamente como católica, y el 17% protestante. Son mormones el 0,3%;  afiliados a credos no cristianos el 3,95%, a la santería el 1%, al Islam el 0,4%, al judaísmo el 0,05%.  Se declaran no afiliados a ningún credo el 9%; agnósticos o indiferentes el 6%; ateos el 2%, y rehúsa contestar el 1% (Aguirre, 2012).
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    Estas cifras revelan el éxito de la catequesis ejercida por la Iglesia Católica, con una declarada mayoría de creyentes. El porcentaje de protestantes proviene de diversas migraciones antillanas, trinitarias y guyanesas, y de un agresivo proselitismo de dichas sectas en las últimas décadas. También el 1% de la santería se explica esencialmente por la inmigración antillana. El 0,4% de afiliados al Islam parecería no concordar con la estimación de más de millón y medio de inmigrantes provenientes de los países árabes, pero la mayoría de éstos eran católicos u ortodoxos, y muchos se han convertido. Llama la atención el 17% que suman los no afiliados a ninguna fe con los agnósticos y ateos, categorías sumamente próximas y que se podrían totalizar en el rubro de incredulidad.

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Este predominio de la cristiandad y de la catolicidad presenta importantes matices. Según la encuesta Gustos y Deseos de la Población venezolana, publicada por GIS XXI en 2011, de entre quienes profesan algún tipo de religiosidad “el 99,7% cree en Dios, el 97,2% en Jesucristo, el 74,7% en la Virgen María, el  94,2% en la Biblia, el 89,4% en el Cielo, el 54,0% en el infierno y un 63,4% en la resurrección de los muertos”. Es remarcable la acentuada  incredulidad en dogmas cristianos tan esenciales como la Madre de Dios, el infierno, la resurrección y la vida perdurable. Advierte el GIS XXI que la clase media es la más escéptica.
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Estas dudas no son de nueva data. En encuesta de Roberto Zapata G. y Conciencia 21 realizada hacia 1995,  un 50% de los interrogados estuvieron de acuerdo con la propuesta “después de la vida no hay nada;  40% en desacuerdo y  10% no tuvo posición o no contestó. Por tanto un 60% de la muestra, en la cual debería estar comprendido alrededor de un 80% de creyentes en una u otra religión, no confía en  promesas de vida eterna o de recompensa ultraterrena. Específicamente, no creen que haya algo después de la muerte el 53% de los católicos practicantes y el 49% de los no practicantes; el 44% de los que profesan otra religión y el 54% de los no creyentes. Asimismo, 20% de los encuestados está de acuerdo con la propuesta “La vida no tiene sentido”. De tratarse de una elección, la hubieran ganado los incrédulos. La nuestra es una religión distante y dubitativa (Zapata, 1996: 110-112).
Zapata, Roberto (1996) Los valores del venezolano: Conciencia 21, Caracas.


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Por otra parte, según la encuesta citada, contrasta la creencia en la religión con la escasa credibilidad en las autoridades eclesiásticas que la practican: un 54,1%  de los encuestados no cree en los sacerdotes y un importante 47,1% no cree en el Papa. En otros sitios señalamos que el venezolano no es propenso a respetar jerarquías ni rangos distintos de los de la competencia demostrada.
 (Encuesta Gustos y Deseos de la Población venezolana. Estudio sobre la Sociología del Gusto. Introducción al estudio en Venezuela sobre estructura social del gusto y valores elaborado por GIS XXI. Febrero, 2011).

6
 Estos resultados confirman los de un vasto estudio sobre diversos aspectos de la población venezolana realizado a principios de los años sesenta del pasado siglo por el Centro de Estudios para el Desarrollo (CENDES). Dicho estudio incluyó un cuestionario para obtener información sobre los elogios que más preferían diversos grupos de venezolanos (Cendes: Estudio de Conflicto y consenso). En dicho estudio, que comentaremos más adelante en forma extensa, llama la atención la escasa preferencia por la calificación de “persona muy religiosa”. Apenas la prefieren los curas párrocos (50,8), los habitantes de ranchos (26,0) y los campesinos tradicionales (25,9). Le atribuyen una cierta relevancia, sin preferirla como grupo, las muestras de obreros agrícolas (18,9), de obreros y empleados de la pequeña industria de Occidente (18,7) y de campesinos en asentamientos (15,7). Son los representantes de los sectores más tradicionales  del país. Nuevamente resalta el énfasis en un rasgo tradicional en personas integradas geográficamente al medio urbano pero marginalizadas en él (los habitantes de ranchos, con su preferencia del 26,0%). A medida que recorremos las respuestas a dicha encuesta de los sectores integrados a la Venezuela urbana e industrial, vemos que la preferencia por el valor de “religiosidad” se disipa. Quienes más lo rechazan son los líderes estudiantiles (25,4%) seguidos por los ejecutivos individuales de Oriente (21,1%), los profesores universitarios (19,6%), los altos empleados públicos (17,2%), los ejecutivos petroleros (16,1%) y los ejecutivos individuales del centro (14,5%). No somos un pueblo fundamentalista.
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En todo caso, la mayoría de la población es cristiana y católica, y ello implica la adhesión a la tabla de valores del Antiguo y del Nuevo Testamento en la versión del Concilio de Trento. Es una religión patriarcal, dogmática, fundada en la cólera divina pero también en el generoso perdón. Se podría especular hasta qué punto esta adhesión comprende también el conjunto de actitudes hacia la riqueza y la propiedad que atribuye a los católicos Max Weber.
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 Nuestra religión es sincrética. Investigaciones de Fundacredesa demostraron que los dos cultos populares más extendidos son el de María Lionza, una deidad indígena en cuyo panteón son acogidas figuras africanas y cristianas, y el de José Gregorio Hernández, un médico beatificado que parecería compendiar la fe del pueblo en la ciencia y en la humanización de ésta por la fe. Ambas son figuras autóctonas, inconfundiblemente venezolanas, aunque el prestigio del Doctor de los Milagros ha trascendido las fronteras. Las principales fiestas religiosas, como la de San Juan, la de San Pedro y la de San Benito, son en el fondo homenajes a deidades africanas disfrazadas de santos católicos. Uno de los  cultos marianos que cuenta con más devotos, el de la Virgen de Coromoto, representa a la homenajeada con rasgos indígenas. El pueblo rinde culto y pide favores a infinidad de figuras cuyo status religioso es poco claro, tales como el Ánima Sola y el Ánima de Taguapire. Entra en la lógica que un pueblo mestizo abrigue creencias sincréticas.
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En este sentido, la Encuesta sobre Consumo Cultural e Imaginarios realizada por GIS XXI y el Ministerio del Poder Popular para la Cultura reveló que un 75% de los interrogados opinaba que el pueblo venezolano incurría en diversas prácticas sincréticas. En efecto, notables porcentajes de los encuestados opinaron que los venezolanos practicaban las siguientes conductas:
Pedirle a José Gregorio Hernández      91%
Festejar el día de un santo (santa bárbara, san juan, etc.) 87,60%
Ponerle un azabache a un niño (a) 84,90%
Comulgar cuando va a Misa 81,20%
Pedirle algo a sus familiares difuntos 80,74%
Leerse las cartas 70%.

    Adviértase que el 91% opina que el pueblo venezolano le pide a José Gregorio Hernández, quien sólo ostenta la categoría de venerable, mientras que sólo 87,60% le atribuían festejar el día de santos ya canonizados, como santa Bárbara o san Juan, cuyo culto por otra parte está sincretizado con deidades africanas. Llama también la atención que el porcentaje de quienes creen que los venezolanos le ponen un azabache a un niño, 84,90%, supera el del 81,20% de quienes creen que comulgan cuando van a misa. Y es significativo el 70% que opina que se acude a la lectura de las cartas, práctica supersticiosa no consagrada por ninguna religión oficial. Como pueblo de mentalidad abierta, el venezolano acoge simultáneamente creencias o prácticas excluyentes y hasta contradictorias, lo cual sugiere lejanía del fanatismo o cercanía con la duda.
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   Este acentuado sincretismo evidencia por sí solo un elevado grado de tolerancia entre cultos distintos y ausencia de fe. Transcurridas las cruentas etapas de aculturación religiosa de los aborígenes por conquistadores y eclesiásticos, no se han presentado en Venezuela episodios notables de choque entre religiones o de intolerancia marcada. Ni uno solo del centenar de levantamientos armados de nuestra vida republicana esgrimió una fundamentación o una excusa religiosa. A principios del siglo XX, una prolongada sequía facilitó la errancia de un llamado “Profeta de los Llanos”, seguido de numerosos creyentes, episodio que Rómulo Gallegos noveliza en Cantaclaro. El primer aguacero disolvió el movimiento.
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 Nuestra religión es terrenal, sociable y festiva; somos creyentes pero poco practicantes. El venezolano cumple con los sacramentos en la medida en que acompañan festejos sociales y participa en las fiestas patronales, pero la asistencia regular a los templos católicos deja que desear, y es practicada sobre todo por mujeres y adultos mayores. Hay muy escaso relevo generacional de sacerdotes venezolanos. El relevo del clero venía en forma preponderante de curas españoles o de otras nacionalidades. El 17% de agnósticos, indiferentes o ateos declarados; el 54,1% de quienes no creen en los sacerdotes; el 50% de quienes no creen que haya nada después de la muerte revelan un notable porcentaje de compatriotas alejados de la religión. Por los significativos progresos en la educación laica, por influencia del punto de vista científico o por cualquier otra razón, un notable contingente de venezolanos abriga serias dudas sobre cualquier tipo de creencias sobrenaturales. No nos matamos ni destruimos por nuestros credos: es lo mejor que puede decirse de cualquier religión.


(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO)
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